LA CIUDAD DE LAS NUBES (poema)


Amanecían las nubes ante la luz, mientras el aroma fresco del viento disipaba la niebla de la faz de la tierra.
Varios colores se distinguían en lo alto, verdes y marrones de diversas tonalidades perduraban ante las manchas rojas, grises y azules.

Este lugar, o mundo, hacía que las sensaciones se experimentaban de otra forma.
Nada aquí era perceptible de la manera que lo era en los campos y ciudades del otro lado.
Una extraña precisión geométrica seducía el más avezado escudriñamiento. Números que se hacían propios parecían esconderse tras la esencia de las cosas.
Era cual si el agua suspendiese el ambiente, y los movimientos aparentasen la forma de pétalos descriptivos danzando el sonido del cielo en el aire.
Todo se sentía en el mismo instante y no percibidos por la vista y el sonido. Llegaba a mí la rugosidad de la superficie de los árboles, saboreaba la pureza de los manantiales sin beberlos, observaba debajo de las piedras sin levantarlas...

Y habitaba en un inmortal estado de quietud donde la sensación de libertad y ligereza de cuerpo empujaba la curiosidad de seguir viajando por una extensión que por ser tan perfecta no precisaba del infinito.



Así empiezo diciendo que nuestro tiempo concedido sea el suficiente para meditar sobre las acciones y hechos sucedidos. Pues las distancias no son necesarias cuando deseamos que nuestros ojos se pierdan en un horizonte.

De pequeño mis maestros me enseñaron que la escritura da inmortalidad a las palabras, y las palabras que hoy dicen son el hombre mismo que las pronuncio alguna vez.
Además las letras son las únicas que podrán estar al real servicio de quien las crea, y servirán a sus hijos y a los hijos de sus hijos por vivencias, errores y lecciones iluminan el ejemplo de los que están y los que vendrán.
No soy de los que creen que el destino nos demarca la huella inmutable de los que jamás podrán apartarse de una suerte echada por algún caprichoso juego entre desaprensivos dioses.
Sino soy de los que sostienen que son nuestras manos de carne las responsables de nuestras consecuencias últimas, y será nuestro propio andar quien determine la impronta final de nuestros pasos.

Llega el momento en que empezamos a escribir de alguna forma u otra sobre nosotros mismos. Y sea sólo en el pensamiento, la palabra o las letras donde finalmente tratamos de definir que fuimos en la existencia que forjamos.
Cierto es cuando descubrimos que nuestro ir y venir en la vida esta en próximo término, así llegaran las horas de profundas reflexiones y acalorados arrepentimientos.
Y llegado el instante en que despertamos en meditar recuerdos, es donde tomamos conciencia final del lugar que habitamos.
Deseamos un sueño imposible que corone nuestra muerte, esta es la esperanza inherente a todos aquellos que guardamos sentimientos en nuestro interior.
Como así bajamos la vista ante la culpa y la tristeza, alzamos la mirada ante el orgullo y la felicidad.

Para ello creemos en los abismos y en la perdición de naturalezas diversas, las esperanzas descansan en el cielo de un sueño que jamás cesa de esperarnos.
Habitamos en nuestras propias ciudades, no las que construyeron las generaciones que nos antecedieron, sino en las urbes que alzamos ladrillo a ladrillo en las montañas de hechos y momentos que construimos con los años.
Somos el pueblo de nuestra tierra, reyes de nuestro reino y prisioneros de nuestros muros.
La historia define cada detalle de nuestras ciudades, es la acumulación de innumerables experiencias que se sucedieron una y otra vez en los años tangibles de la existencia.
Pero así como en la diversidad hay confusión, en la riqueza hay perdición.
Añoramos una realidad tal que nunca será igual a quienes la aguardamos. Pues la suma de los deseos es indicar cada una de las gotas de la lluvia suspe
ndidas un mismo momento en la tormenta.
No hay guía que nos ubique en las calles y caminos que se alzaron en la suma de nuestras experiencias. No hay maestro que nos indique el punto de inicio donde levantarnos y la llegada donde al fin rescostarnos.
Así pues estamos condenados a deambular dentro de las ideas y los espacios sin razón que se suceden entre ellas.
Y lo peor será a quienes no hayan construido a partir de sencillas bases. Pues su campo será fértil, y florecerán las semillas de tal manera que jamás conocerá toda la vida que brota en su tierra.

Así termino mi relato ante el resplandor de un nue
vo día. Aspiro las brisas que me traen lentamente la claridad del alba.
No seré la guía de infortunados ni en mi palabra escrita habrá enseñanzas ciertas para los extraviados.
Más hoy seré libre mientras habito la tierra que al cerrar mis ojos descubrí, la ciudad de los símbolos que a cada momento se extiende sobre mí.